Su trabajo como becaria doctoral del CONICET se centra en el estudio de los niveles de actividad y uso del cuerpo de los grupos cazadores-recolectores que habitaron en Patagonia durante el Holoceno tardío, más específicamente en el estudio de determinadas modificaciones óseas de carácter tanto patológico como no patológico, que pueden ser resultado de la ejecución de actividades físicas vinculadas a una carga mecánica repetida e intensa.
Al consultarle sobre como se interesó en la disciplina, respondió:
Al consultarle sobre como se interesó en la disciplina, respondió:
“Desde muy chica siempre quise ser paleontóloga. Tenia una gran fascinación por los dinosaurios, pero sobre todo por el trabajo que realizaban quienes habían estudiado esta carrera, es decir, ir al campo, excavar en lugares alejados, hacer camping. Todo el mundo en torno a la paleontología en si misma me gustaba mucho. Unos pocos años antes de tener que elegir qué carrera seguir me encontré con que no había perdido el gusto por el estilo de vida que imaginaba tenían los/as paleontólogos/as, pero que, sin embargo, le faltaba el componente “humano”. Quería saber todo sobre el pasado, cómo se había vivido antes, y para ello el ser humano era clave. Así es como me topé con la arqueología, disciplina que en términos metodológicos de poder excavar e ir a lugares alejados no difería tanto de mi primer amor la paleontología".
También, nos contó:
“Además de realizar mi doctorado, soy docente de nivel secundario. Es una tarea muy diferente y en un espacio distinto y con actores distintos. Considero que al “hacer ciencia” tenemos que ir más allá del espacio académico en el que uno frecuenta, ampliarlo, y para eso es fundamental dar a conocer nuestro trabajo a la sociedad en su conjunto. Es por ello que me parece sumamente importante llevar adelante y de manera cotidiana la práctica de la difusión del conocimiento científico, así como aplicar nuestra disciplina a otras áreas".
